sábado, 10 de abril de 2010
¡Nuestra mamacita vive!
Nuestra gran fe: ¡nuestra mamacita vive! ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? En este preciso momento mi mamá está hablando con alguien, con su voz tan amada, sus ojos están mirando algo, sus oídos oyen (seguramente cosas preciosas que nos subyugarán también cuando estemos con ella). Su mente piensa e imagina cosas y su amor y su fina personalidad están siendo disfrutadas otra vez por quienes dejaron de verla cuando murieron. Su cuerpo cumplió su ciclo y esto marcó su gran victoria: ingresa a las filas de los benditos, de los triunfantes. Su corazón de carne cesó, pero ¿qué es lo que hacía posible la voz de mi madre, sus abrazos y sus besos? ¿Ese corazón de carne que descansa mientras resucita? No. La voz y la mirada y la persona entera de mi madre surgieron aquí y surgen allá de su alma, de su “corazón” (“por sobre todas las cosas guardadas guarda tu corazón, porque de él mana la vida”). Ese corazón, que es con el que nos comunicamos toda la vida, el que tanto nos amó y nos ama y al que tanto amamos y extrañamos, el corazón amado de nuestra madre, ¡no ha muerto ni morirá! Y un día recibirá otra vez su cuerpo, pero no el cuerpo afectado por el pecado inmemorial, sino un cuerpo glorificado, como el de Jesús resucitado. Se me hace difícil pensar que no le hayan hecho fiesta a mi madre al llegar a la meta. Estoy seguro que se la hicieron. Y nosotros ¿hemos de estar afligidos? Solamente porque la extrañamos, pero todos sabemos qué nos diría ella si pudiera venir a vernos: “¡Alégrense mis hijos, alégrense porque yo ya llegué y los estoy esperando!” Ella nos enseñó con su propia vida, ante la muerte de sus padres y sus hermanos, cuál debe ser nuestra actitud y nuestro sentimiento. Ella nos dejó una gran enseñanza y bendito sea Dios por ello. Dios nos ayude a sobrellevar el duro flagelo de la separación temporal con fe y dignidad, encontrando cada día los propósitos por los que nos mantiene con vida, hasta el día en que volvamos a ver a mi mamá. Ella no está lejos, está muy cerca de nosotros. Y debemos vivir a plenitud los días que nos quedan. Todo lo que hagamos, a donde viajemos, lo que suframos y disfrutemos, todo los detalles que componen nuestra vida diaria, aún se lo contaremos, le platicaremos tantas cosas. No pensemos “¿ya para qué?” Porque mi madre vive y todavía tenemos la expectativa de contarle tantas cosas cuando la volvamos a ver. Fortalezcamos nuestra devoción para que estas verdades brillen en nuestras vidas y no nos engañe el engañador. Padre, hermanos y yo mismo: ¡mi mamacita vive! ¡Bendito sea Dios!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Muchas pero muchas gracias manito por tus palabras tan hermosas y consoladoras y son mas hermosas porque las basas en las promesas tan preciosas de nuestro Señor, eso hace que sintamos mas esa paz que da el leer lo que has escrito.Dios mismo te inspira y te llena de su paz y su consuelo y tu nos lo compartes. Te quiero mucho manito, temando un abrazo fuerte fuerte y miles de besos. besos y abrazos a tu familia. gracias mamita por tu amor y gracias papito por tu amor.
ResponderEliminar