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Con el paso de los años el dolor violento por tu ausencia ha ido desapareciendo. No desaparece el hueco en el alma, pero nos habituamos a él, y hay más cabida para la esperanza de que pronto te veremos. En mí hay una paradoja: mientras más tiempo pasa sin que estés, menos siento que no estás. Cuando veo tus fotos y videos siento que estás, no pienso en un lugar, ni siquiera en el cielo: sólo siento que estás, que existes, que no te has ido, que en cualquier momento te veré y te abrazaré. Siento tu existencia de un modo fuerte y definitivo. Te extraño más cuando veo a mi papi, cuando lo veo ir y venir, viajar cientos de kilómetros como una roca incansable, pero solo, con nosotros pero sin ti, sin ti a su lado como fue toda la vida. Ahí sí me entra la tristeza. Y también en ciertos momentos, ciertas tardes, que se parecen a tardes lejanas en nuestra casa... Entonces sí entran duro las ganas de verte, y entra duro la tristeza de saber que en la casa está la sala, la cocina, tu cama, tus recados, mi papá, pero tú no. Tú no nos vas a recibir en el corredor con la cara iluminada, ni nos vas a llevar jugo de naranja a nuestra cama, ni nos vas a preparar nuestra comida favorita. Pero como sea, nos hemos llenado de la idea de que la vida es corta. Cuando tú te fuiste la vida dejó de ser eterna, se hizo chiquita, se hizo más volátil y fugaz, y eso también ayuda a la hora de saber que es corto el tiempo en que te volveremos a ver. Hoy es día de las madres, 10 de mayo de 2014. Gracias a Dios por ti, madre adorada.